Transcripción - José María Sicilia

Barnett Newman decía que el problema de los pintores de su generación era qué pintar. Pensaba que, después de la Segunda Guerra Mundial, era absurdo seguir pintando floreros o gente tocando el violín. Él quiso continuar con la idea del arte abstracto frente a la idea del arte realista de los surrealistas. Para él, vivir en Nueva York era un poco vivir en un exilio, en un exilio utópico, en un exilio paradisiaco.

Adam es adama y es tierra, y es tierra roja y es sangre también. Adán es un nombre hebreo. Quiere decir persona, individuo. Él llamaba zip [cremalleras] a estas barras: decía que no eran líneas, que eran barras. Él lo dice también en una entrevista: que las barras rojas, los zip, eran campos vivos. Una cremallera es realmente la unión, lo que puede unir o desunir dos campos, y es un relámpago, es evidente que es un relámpago. Hay un pasado que toca un ahora y se proyecta en un futuro. Esta es la idea de Walter Benjamin, ¿no?

Y la idea original, bueno, él también estuvo muy cercano a las pinturas de los artistas de la costa oeste de Canadá, los que hacían esculturas y pintaban sobre pieles. Estas obras son formas vivas que vehiculan ideas de sobrecogimiento ante lo desconocido.

Adam, para él, era el primer ser vivo y era un creador de mundos. Realmente era un mundo que abre mundos. Barnett Newman pensaba que sus pinturas podían cambiar el mundo. Hoy en día nos parecería esto extrañísimo, pero eso era posible pensarlo en los años cuarenta. Y pensaba, también, que esta pintura era subversiva, es decir, que podía cambiar el mundo.