Transcripción - Jordi Teixidor

En la pintura que tenemos delante hay dos colores que establecen entre ellos una relación con el espacio y que mantienen, en ese empleo paralelo del color, una primacía –todavía– de lo pictórico.

En esta obra de 1950 se puede apreciar, por un lado, el abandono de la organización del cuadro, mediante estructuras que eran una influencia derivada de Mondrian. Y, por otro lado, también se puede apreciar una disminución del valor cromático, que era, en este caso, una influencia que llegaba del potente colorido que había utilizado Stuart Davis. La pintura es anterior a una serie que va a realizar, dos años más tarde, donde emplea fundamentalmente rojos y azules.

En la búsqueda que mantenía Ad Reinhardt por la pureza de la pintura, acaba por hacer desaparecer la relación entre figura y fondo. Y, para ello, utiliza un experimento, –que ya lo habían empleado para abrir la pintura del siglo XX Malévich y Mondrian–, y es la utilización de la cuadrícula y el monocromo.

También tiene una característica especial, comparable con esta serie de rojos y azules, y es su verticalidad. En esta verticalidad, que emplea habitualmente Ad Reinhardt en esa época, se puede apreciar todavía un asunto de la espacialidad como problema. Asunto que va a ir abandonando, poco a poco, en la misma proporción en la que va a abandonar el empleo del color.

Ad Reinhardt fue el más radical de los artistas del grupo de la generación neoyorkina de los años cincuenta, y mantuvo posiciones muy críticas con respecto al grupo, estableciendo relaciones polémicas con Rothko y Newman, a los que acusaba, porque consideraba que ellos estaban haciendo –con su pintura– una referencia mística del arte. Es curioso porque la radicalidad de Ad Reinhardt, al emplear como único color el negro y estructuras cruciformes, hace que se aproxime también a un sentido de lo místico y de lo sagrado, con lo cual se acercaba a la posición de los compañeros que él había criticado.