La ópera española de vanguardia

Ensayos de teatro musical español

Jorge Fernández Guerra

Antes de hablar del concepto "ópera española de vanguardia", conviene hacer alguna aclaración terminológica. La ópera fue un terreno no grato para la vanguardia, y lo mismo sucedió a la inversa. De hecho, el paradigma central de casi todo el siglo XX, válido para los momentos álgidos de lo que puede entenderse como vanguardia, fue el de la "muerte de la ópera". La expresión no implica que la ópera hubiera desaparecido o que no se pudieran hacer óperas (aunque mucho de eso había), sino que cualquier ópera que se realizase y quisiera ser digna del zeitgeist cultural debía incorporar como elemento constitutivo de su contenido la idea de que no es posible hacer una ópera. Para entender esta paradoja hay que precisar que la ópera que no podía hacerse era aquella que se considerase género, aquella que contase con un consenso social sobre sus elementos narrativos. Se suponía que la ópera había sido soportada por una sociedad hundida en el abismo de las grandes tragedias sociales de la primera mitad del siglo XX, esa sociedad era "culpable" y "su ópera" se convertía en un cachivache inservible.

Selene, de Tomás Marco, Teatro de la Zarzuela, 1974. Biblioteca Española de Música y Teatro Contemporáneos de la Fundación Juan March
Selene, de Tomás Marco, Teatro de la Zarzuela, 1974. Biblioteca Española de Música y Teatro Contemporáneos de la Fundación Juan March.

Para apuntalar esta visión, las grandes instituciones operísticas mantuvieron su actividad sobre el repertorio del pasado como nunca había sucedido en los tres primeros siglos de la historia de la ópera. Era otra forma de decir que el presente ya no tenía ópera. O sí, ya que "la muerte de la ópera" era otro género operístico, pero intelectualizado, convulso y escaso.

La realidad, naturalmente, era más compleja, y junto a las óperas vanguardistas de Alban Berg y Arnold Schönberg, había una producción como la de Richard Strauss, deudora de la tradición; o tras la Segunda Guerra Mundial, junto a los teatros musicales de Luciano Berio, Bruno Maderna, Luigi Nono, Mauricio Kagel o Bernd Alois Zimmermann se encontraban producciones como las de Hans Werner Henze, Benjamin Britten o ese brillante crepúsculo operístico que brindó Igor Stravinsky en The Rake's Progress, con filiación operística firme. Ya entrados los setenta aparecieron producciones que también hablaban de "la muerte de la ópera", como El gran Macabro, de György Ligeti, o San Francisco de Asís, de Olivier Messiaen, pero su ambición era la de salir del callejón sin salida que había dominado el siglo XX en materia operística.

El difícil tránsito de la Vanguardia

Toca hablar de España y eso implica añadir un problema aún mayor al laberinto de nuestro enunciado. Y es que resulta difícil hablar de la muerte de algo que prácticamente no había llegado a nacer: la ópera española. Por supuesto que nuestro país ha creado muchos títulos operísticos, pero siempre ha faltado el anclaje de una continuidad de repertorio y un público suficiente y representativo, como sí ocurrió con la zarzuela.

Debemos ceñir la vanguardia musical española a la Generación del 51, con las lógicas excepciones. Esta generación, que se adueña del panorama musical español a partir de los años sesenta, nace en un entorno difícil. Sin embargo, son miembros de este grupo generacional quienes darían el pistoletazo de salida a una posible ópera española que, más que de vanguardia, yo definiría como moderna, un par de décadas después. Pero antes de que la vanguardia se repliegue y la posmodernidad permita interrogantes antes vedados, se producen momentos de gran interés y agitación.

A fines de los sesenta e inicios de los setenta, el fenómeno del teatro musical de vanguardia comienza a jugar en los campos abandonados de la ópera. Kagel, Maderna o Nono por parte europea, así como el happening que John Cage había apadrinado en Estados Unidos, proporcionan pistas de que lo que sucede en la escena es una continuación natural de lo que se escucha, algo inhabitual en el árido panorama estructuralista de los cincuenta. En España, son los más jóvenes quienes mayor atención muestran ante el fenómeno. El grupo ZAJ desinhibe el panorama acartonado del último franquismo. Se habla también de la introducción en la música del collage, la cita y otras "impurezas" que piden escenario. Uno de los jóvenes más atentos a lo que eso implica es Tomás Marco (1942), que había simultaneado música y teatro en sus años de formación, y que pronto se implicaría en ZAJ. En 1967, Marco escribe sobre su obra Jabberwocky: Surgió en mí como consecuencia de otra más ambiciosa: la de la realización de un amplio espectáculo musical (me resisto a denominarlo ópera) sobre el poema The Hunting of the Snark, de Lewis Carrol. Es interesante rescatar este comentario, porque solo cinco años más tarde, en 1972, Marco se embarca en un proyecto al que ya no va a resistirse a llamar ópera; se trata de Selene, desarrollada con una beca de la Fundación Juan March y que dos años más tarde fue estrenada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, formando pareja con Pagliacci, de Leoncavallo.

Con independencia de los valores de la propuesta, que tuvo una buena acogida en aquel Madrid de 1974, lo que producía turbación era la aparición del término ópera aunque no sin ambivalencia: Se llama ópera aunque se podría llamar otra cosa ya que, en realidad, es un artefacto un poco especial. En cuanto a su carácter pionero, Marco subrayaba que hasta entonces lo único que se había estrenado de ópera contemporánea en España era María Sabina, de Balada, y La mona de imitación, de Ángel Arteaga.

La posmodernidad

El último cuarto del siglo XX incorpora una tendencia de pensamiento controvertida: la posmodernidad. Se trata de un término paradójico y polémico, pero que traía aromas de cambio generacional. Por lo que a la ópera se refiere, se convirtió en un soplo de aire refrescante. Que un compositor muy joven aún, como Wolfgang Rihm (1952), comenzara a ofrecer óperas ya en los años setenta era una señal (Faust und Yorick, en 1977, y Jacob Lenz, en 1979). De Estados Unidos llegaron también espectáculos sin miedo al término, como el celebrado Einstein on the Beach (1976), del minimalista Philip Glass.

En España, aparte de Selene, se tardó años en digerir las novedades, aunque solo fuera por el complicado tránsito social que representó el cambio del franquismo a la democracia. Pero ya en 1983, Luis de Pablo (1930), eximio representante del grupo vanguardista aparecido en los sesenta, se embarca en una ópera importante, Kiu (1983). Se trataba de una ópera narrativa, con una historia teatral basada en una obra del dramaturgo Alfonso Vallejo, El cero transparente. Al margen de la notable acogida que alcanzó, su estreno significó una apertura innegable. El propio Luis de Pablo compuso otras cuatro óperas más. Y Tomás Marco, cinco, aparte de piezas de teatro musical. De pronto, los ochenta se convirtieron en un periodo de recuperación del tiempo perdido. Llegaban a España algunas de las óperas del catalán instalado en Estados Unidos Leonardo Balada, y se sintió la necesidad de que las nuevas generaciones gozaran de oportunidades para construir la tan escurridiza ópera española.

El público, de Mauricio Sotelo, Teatro Real de Madrid, 2015
El público, de Mauricio Sotelo (basada en la obra de Federico García Lorca), Teatro Real de Madrid, 2015 © Javier del Real

En 1987, el Ministerio de Cultura se lanza a promocionar óperas encargadas a jóvenes creadores. Por la parte musical, se encarga de la selección de nombres el recién creado CDMC (Centro para la Difusión de la Música Contemporánea), que significativamente dirigía Tomás Marco. Para el estreno se escoge el espacio de la Sala Olimpia, hoy Teatro Valle-Inclán, y el Teatro de la Zarzuela, en ese momento única institución lírica en Madrid. Se llegaron a realizar ocho producciones, una por año, hasta 1994. La primera –Sin demonio no hay fortuna– se presentó en 1987: el libretista fue el poeta Leopoldo Alas, y quien firma estas líneas, el compositor. Al año siguiente le tocó el turno a José Ramón Encinar que, en plenitud de sus recursos, se encargó de la música, el libreto y la dirección musical con Fígaro. Después se estrenaron Francesca o el infierno de los enamorados, con libreto de Luis Martínez de Merlo y música de Alfredo Aracil (1989); El bosque de Diana, con libreto de Antonio Muñoz Molina y música de José García Román (1990); Luz de oscura llama, con libreto de Clara Janés y música de Eduardo Pérez Maseda (1991); Timón de Atenas, con libreto de Luis Carandell y música de Jacobo Durán Loriga (1992); El secreto enamorado, con libreto de Ana Rossetti y música de Manuel Balboa (1993); y El cristal de agua fría, con libreto de Rosa Montero y música de Marisa Manchado (1994). De estos compositores, hay que destacar que, hasta donde yo sé, han repetido composiciones operísticas Alfredo Aracil, Eduardo Pérez Maseda y Marisa Manchado, pese a que ya en los noventa perdió impulso la creación operística y comenzaron a escasear las oportunidades.

En 1997 se volvió a abrir el Teatro Real de Madrid y en 1999 el Liceu de Barcelona tras el incendio que lo había arrasado pocos años antes, dos hechos que, sin duda, daban mayores oportunidades a la ópera española que ya parecía cobrar forma. Aun cuando el resultado no ha estado a la altura de las expectativas, hay que señalar algunos títulos importantes. En el Real abrió el fuego Antón García Abril con Divinas palabras, protagonizada por Plácido Domingo. Con posterioridad se han presentado óperas de Luis de Pablo (La señorita Cristina), Cristóbal Halffter (Don Quijote), Leonardo Balada (Faust-ball); José María Sánchez-Verdú (Viaje a Simorgh) y Pilar Jurado (La página en blanco). En 2015, Mauricio Sotelo, que ya presentó en 1999 De Amore en la Zarzuela, estrenó el 24 de febrero la ópera El público, sobre el drama de Federico García Lorca, con libreto de Andrés Ibáñez; y para un futuro próximo, está programada La ciudad de las mentiras de la compositora sevillana Elena Mendoza, sobre cuatro relatos de Juan Carlos Onetti. En cuanto al Teatro de la Zarzuela, que se desentendió de esta tarea al abrir tras la reapertura del Real, ha presentado una interesante A Babel, de Carlos Galán, y alguna otra producción enmarcada en las actividades de Operad hoy, que dirige Xavier Güell y que ha brindado piezas de autores como César Camarero, Alberto Posadas o Pilar Jurado.

Tres desechos en forma de ópera, de Jorge Fernández Guerra, Sala Guindalera, 2012
Tres desechos en forma de ópera, de Jorge Fernández Guerra, Sala Guindalera, 2012

En lo que respecta al Liceu, se estrenó DQ. Don Quijote en Barcelona, una ambiciosa producción de José Luis Turina, con libreto de Justo Navarro y puesta en escena de La Fura dels Baus. Luego se han visto estrenos interesantes de Joan Guinjoan (Gaudí); Enric Palomar (La cabeza del Bautista); o Lord Byron, un estiu sense estiu, de Agustí Charles, autor de otras dos notables producciones de cámara.

En Barcelona es de destacar también la infatigable actividad del veterano Josep Soler, con dieciséis producciones líricas en su haber que se han ido estrenando muy tarde y, la no menos importante de Albert García Demestres con numerosos títulos que abarcan la ópera, el teatro musical y la performance, pero siempre de marcado color operístico, así como la inquieta labor de Ópera de Butxaca.

Con menor incidencia en España, pero de gran valor, hay que mencionar el trabajo de la hispanoalemana María de Alvear, alumna de Mauricio Kagel y que, desde Colonia, donde reside, ha ido proporcionando interesantes experiencias teatrales. En suma, el campo parece abonado, pero aún falta un público para la nueva ópera española.

En este terreno no puedo dejar de mencionar mi propia experiencia al crear la Compañía laperaÓpera con la que he ofrecido Tres desechos en forma de ópera. En la actualidad preparo mi tercera producción para mayo de 2015, Angelus novus, que será estrenada en los Teatros del Canal de Madrid. Con ello trato de plantear el doble problema de la relación de la música actual con el idioma y el canto, para al tiempo crear lazos con el público de nuestros días.

Don Quijote, de Cristóbal Halffter, Teatro Real de Madrid, 2000
Don Quijote, de Cristóbal Halffter, Teatro Real de Madrid, 2000 © Javier del Real

Tras este repaso de urgencia en el que, sin duda, faltan muchos nombres y títulos, parece demostrado que la ópera en España se ha convertido en un camino transitable una vez desaparecidos los férreos corsés de la vanguardia. Esto no supone que la ópera haya sido un ámbito fácil. Cada autor ha desarrollado sus vías. Pero parece comprobado que la ópera como género y como lugar de encuentro entre artistas creadores y público ha permanecido en letargo durante ese largo periodo en el que, al decir de Adorno, toda obra de arte es enemiga mortal de otra obra de arte.

Bibliografía

  • De Volder, Piet: Le Théâtre Musical de Luis de Pablo, Milán, Edizioni Suvini Zerboni, 2001.
  • Fernández Guerra, Jorge: "Entrevista a Tomás Marco", Doce notas preliminares, 1 (1996), pp. 58-61.
  • Fernández Guerra, Jorge: Cuestiones de ópera contemporánea. Metáforas de supervivencia, Madrid, Gloria Collado Guevara, 2009.
  • Iliescu, Mihu: "Doce maneras de abordar la ópera en los albores del siglo XXI", Doce notas preliminares, 12 (2003), pp. 81-95.
  • VV.AA.: Ópera contemporánea: mutaciones e interferencias (número dedicado a), Doce notas preliminares, 14 (2004-2005).

Jorge Fernández Guerra Compositor

Todos los ensayos

  1. Un paseo por la historia del teatro musical en España

    Teatro de la Zarzuela en blanco y negro

    Una visión panorámica de la genealogía y evolución de los diversos géneros de teatro musical en España.

    Javier Huerta Calvo
  2. En los orígenes del teatro musical

    Fragmento de la ilustración Quem-quaeritis-Tropus

    En la Edad Media, vinculados a la liturgia, aparecieron los primeros ejemplos de teatro musical.

    Alicia Lázaro
  3. La edad de oro del género chico

    Fragmento La Gran Vía

    Las últimas décadas del siglo XIX vieron florecer el género chico, del que son emblemas La Gran Vía o La verbena de la Paloma.

    Fernando Doménech Rico
  4. La ópera española de vanguardia

    Selene

    Desde los años sesenta, la vanguardia musical comienza a experimentar con el teatro musical.

    Jorge Fernández Guerra
  5. Una saga de grandes libretistas: los Fernández-Shaw

    Guillermo y Carlos Fernandez Shaw

    La Revoltosa, Luisa Fernanda o La vida breve deben sus libretos a Carlos Fernández Shaw y a sus hijos, Guillermo y Rafael.

    José Prieto Marugán
  6. El entremés cantado o baile dramático

    Jocoseria

    El entremés cantado es un género del Siglo de Oro con personajes populares que alterna partes cantadas y recitadas.

    Abraham Madroñal
  7. El melólogo y otras formas dieciochescas

    Partichela original del primer violín del melólogo paródico

    El melodrama o melólogo, que aunaba música y declamación, triunfó a finales del XVIII gracias a autores como Tomás de Iriarte.

    Virginia Gutiérrez Marañón
  8. El público del teatro musical: del Liceo a la Zarzuela

    Ilustración del Teatro Apolo

    El éxito del género chico se debe a un cambio en los hábitos de consumo del público madrileño.

    Pilar Espín Templado
  9. Orígenes de la zarzuela

    Los celos. Mercurio y Argos

    La segunda mitad del siglo XVII vio nacer la zarzuela, que tenía entonces argumentos mitológicos.

    Álvaro Torrente
  10. La tonadilla escénica

    La Tirana

    La tonadilla escénica triunfará en la segunda mitad del siglo XVIII, se hibridará con la ópera italiana y recibirá críticas ilustradas.

    Alberto Romero Ferrer
  11. El teatro musical como espectáculo

    Primero y Segundo

    El frágil equilibrio entre escenografía, música y texto ha originado distintas visiones a lo largo de la historia.

    Ignacio García
  12. Los bufos en España

    Los sobrinos del capitán Grant

    El actor Francisco Arderíus y sus Bufos Madrileños promovieron el repertorio de Offenbach, que revolucionó el teatro musical.

    Serge Salaün
  13. Barbieri o la lucha por una lírica nacional

    Retrato de Barbieri

    Compositor, director, musicólogo y empresario, Barbieri es sin duda la figura más importante del teatro musical en la España del XIX.

    Emilio Casares Rodicio
  14. La ópera flamenca

    Cansinos Assens

    La ópera flamenca vivió su apogeo entre 1924 y 1934, además de abriendo el género a un amplio público.

    Francisco Gutiérrez Carbajo
  15. El teatro frívolo: las variedades y la revista

    Teatro frívolo

    Tramas desenfadadas, músicas ligeras, escenografías atractivas y guiños eróticos hicieron triunfar estos géneros.

    Eduardo Huertas
  16. Hacia una ópera española: de Pedrell a Albéniz

    La creación de una "ópera nacional" centró los esfuerzos de Bretón o Pedrell, pero también de Albéniz o Granados.

    Víctor Sánchez
  17. Entre tradición y vanguardia: El retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla

    Representación de El retablo de Maese Pedro en el Teatre Liceu de Barcelona

    Obra para teatro de títeres basada en un episodio de la segunda parte de El Quijote, e instrumentada para orquesta de cámara y cantantes

    Carol Hess
  18. Ramón de la Cruz y la zarzuela en el siglo XVIII

    Gregorio Ferro (dibujo) y Manuel Salvador Carmona (grabado), "Música y Poesía", grabado para La música de Tomás de Iriarte, 1779

    Creador de la zarzuela moderna, fue uno de los autores más exitosos de la segunda mitad del siglo

    Joaquín Álvarez Barrientos
  19. El musical del siglo XXI

    "El rey león" (2011). Teatro Lope de Vega, Madrid

    De ser un género "menor", ha pasado a ser una reconocida manifestación artística y comercial

    Alejandro Postigo
  20. Farinelli en España

    La gestión de Farinelli puso el teatro musical en España a un nivel hasta entonces desconocido

    José María Domínguez
  21. La zarzuela en la América Hispana

    La calurosa acogida de la zarzuela en América se debió al fuerte vínculo cultural con España.

    Mª de los Ángeles Chapa Bezanilla
  22. El teatro musical después de Calderón

    El teatro musical mantuvo la grandeza y boato del género tras la muerte de Calderón.

    Julio Vélez Sainz
  23. El empeño de lo breve: Teatro Musical de Cámara

    El teatro breve fue el único capaz de adaptarse a las distintas modas y circunstancias que atravesaron el siglo XX.

    Elena Torres Clemente
  24. Paradojas de la gestión de la ópera

    La singularidad de la ópera consiste en su complejidad formal y, por lo tanto, en su inmensa complejidad potencial de sentido.

    Joan Matabosh
  25. La memoria del teatro musical en España

    Una mirada holística al panorama músico-teatral abarcando en nuestro barrido desde el barroco a nuestros días.

    Ignacio Jassa Haro