Fundación Juan March

Ramón de la Cruz y la zarzuela en el siglo XVIII

Ensayos de teatro musical español

Joaquín Álvarez Barrientos (CSIC)
Retrato de Ramón de la Cruz, 1899. Biblioteca Nacional, IH/2345
Retrato de Ramón de la Cruz, 1899. Biblioteca Nacional, IH/2345

El madrileño Ramón de la Cruz (1731- 1794) es el más famoso de los autores de su época. Al igual que otros, pero a diferencia de los dramaturgos clasicistas, escribió obras cultas (tragedias y comedias clásicas) y populares (sainetes, comedias de magia, musicales y desde luego zarzuelas).

Poco se sabe de su instrucción, salvo que escribió desde pequeño y que hizo estudios de humanidades; contó con la protección de los duques de Alba, de la condesa de Benavente y de la duquesa de Osuna, en cuyos palacios representó alguna obra, y trabajó en la contaduría de penas de Cámara y gastos de Justicia toda su vida.

Fue uno de los más exitosos autores de la segunda mitad del siglo, lo que le significó entrar en numerosas polémicas para defenderse de los ataques y críticas recibidos por el tipo de teatro que escribía. Pero, a pesar del rechazo, parte de ese teatro –los sainetes–, contribuyó a dibujar uno de los retratos de Madrid y sus ciudadanos que más tiempo ha pervivido en la historia de las representaciones urbanas, hasta el punto de que no pocos de esos tipos y actitudes pasaron a la zarzuela decimonónica y a los estudios históricos como ejemplos de veracidad y realismo.

Emilio Cotarelo y Mori, "Don ramón de la cruz y sus obras: ensayo biográfico y bibliográfico". Madrid, Imprenta de José Perales y Martínez, 1899
Emilio Cotarelo y Mori, Don Ramón de la Cruz y sus obras: ensayo biográfico y bibliográfico. Madrid, Imprenta de José Perales y Martínez, 1899

La creencia de no pocos eruditos del XIX fue que Cruz reflejó las costumbres españolas y madrileñas con total fidelidad, algo que él mismo asentó en un conocido texto de 1786, al señalar que sus piezas eran "pintura exacta de la vida civil y de las costumbres españolas", pues solo habría copiado lo que veía, con el objetivo de reproducir "la historia de nuestro siglo". Más tarde se extendió la opinión, avalada por José Somoza en 1837, de que para "conocer a fondo las costumbres españolas en el siglo XVIII" bastaba con estudiar "el teatro de don Ramón de la Cruz, las poesías de Iglesias [de la Casa] y los caprichos de Goya".

Con esta base, Emilio Cotarelo y Mori, su primer gran estudioso, lo presentó en 1899 como un ejemplo acabado de español, mientras, para completar esa imagen ejemplar, quiso hacer un estudio socio- antropológico de sus sainetes en relación con las costumbres de su tiempo, para demostrar su condición distintiva. Ramón de la Cruz, pues, habría representado en sus personajes al español, lo característico y pintoresco de una sociedad ya desaparecida que podemos conocer en sus sainetes.

Este prestigio de Cruz como autor que refleja la realidad entorno le sirvió para ocupar un distinguido lugar en la historia literaria, pues se le tenía por creador de un teatro verdaderamente nacional, igual que lo había sido Lope de Vega un siglo antes, precisamente por las mismas razones: por reflejar las costumbres de su tiempo. De hecho, los investigadores del XIX le llamaron "el Lope de Vega del pasado siglo" y Pérez Galdós extrajo de sus obras su idea del siglo ilustrado, así como gran parte de los principios teóricos que sustentaron su edificio narrativo.

Manuel Castellano, <em>El genio de la Poesía coronando a la Tragedia y a la Comedia</em>, 1856. Biblioteca Nacional. DIB/16/7/5
Manuel Castellano, El genio de la Poesía coronando a la Tragedia y a la Comedia, 1856. Biblioteca Nacional. DIB/16/7/5. Dibujo preparatorio para el techo del Teatro de la Zarzuela de Madrid. Refleja el "canon" de autores dramáticos de la España isabelina, entre los que figura Ramón de la Cruz. La obra definitiva, que presentaba variantes sobre estos bocetos, se perdió en el incendio del teatro.

Pero esa buena reputación decreció cuando, tras ser uno de los soportes del teatro nacional, sus sainetes se consideraron expresión madrileñista, es decir, reflejo de algo castizo y costumbrista, conceptos que la crítica asoció al ámbito del conservadurismo, aunque no siempre sea así. Pero, a pesar de este déficit en su valoración, es precisamente esa producción literaria la que ha sobrevivido, más allá de comedias, óperas y zarzuelas.

La zarzuela dieciochesca

Las zarzuelas no son obras populares en su origen, pero es consideración extendida que se aplebeyaron en el XVIII, por usar la terminología de Eugenio d'Ors y José Ortega y Gasset. Más tarde Ramón Menéndez Pidal, Dámaso Alonso y Julio Caro Baroja, entre otros, apuntalaron el peso específico de lo popular en la construcción de la cultura española y como elemento que daba las claves de su interpretación.

Como otros géneros literarios y teatrales, la zarzuela, especie de clara raíz hispana que combina el recitado con el canto, cambió su formato desde su origen en el XVII hasta lo que conocemos como modelo canónico en el XIX-XX. En el setecientos participa de las características triunfantes del teatro de la época y de su vinculación con la música italiana, aunque uno de sus rasgos más característicos fue su capacidad para adaptar con flexibilidad elementos procedentes de otras modalidades, lo que se manifiesta claramente en la variedad de nombres con que se designó este producto melodramático: drama músico, drama armónico, drama cómico-armónico, zarzuela, zarzuela armónica, zarcicomedia de música; ensayos todos de nuevas formas escénicas que se alejaban de la zarzuela del XVII no solo al abandonar el espacio cortesano para llegar a los escenarios públicos, sino también porque asumían elementos de la ópera italiana, del dramma giocoso y de las óperas bufas.

A pesar de ser recordado por los sainetes, hay que indicar que la primera obra que estrenó Ramón de la Cruz, en 1757, fue una de las que hoy consideramos zarzuela: Quien complace a la deidad, acierta a sacrificar, con música de Manuel Pla, que se inscribe en la tradición barroca de asunto mitológico.

Zarzuelas y comedias están íntimamente relacionadas, pero la presencia de la música en proporciones cada vez mayores, así como su influencia en el desarrollo de la acción, las separó hasta dar entidad de género a las primeras, algo que no recogía el Diccionario de Autoridades en su temprana definición de 1739, pues solo considera zarzuelas aquellas comedias en dos actos representadas en el Real Sitio de la Zarzuela.

De hecho, a mediados de siglo, aún no estaba determinado el género, como señala el mismo Ramón de la Cruz en el prólogo de su primera zarzuela (1757), que el etiquetó como drama cómico-armónico:

Dejé a la discreción ajena la libertad del apelativo, dándole el nombre propio de drama, que es lo indisputable de su origen, ya que zarzuela, que es el común con que se distinguen aquí los poemas de dos jornadas, ningún autor de cuantos he visto me da la definición.

Gregorio Ferro (dibujo) y Manuel Salvador Carmona (grabado), "Música y Poesía", grabado para "La música" de Tomás de Iriarte, 1779
Gregorio Ferro (dibujo) y Manuel Salvador Carmona (grabado), "Música y Poesía", grabado para La música de Tomás de Iriarte, 1779

Más claro lo tenía Tomás de Iriarte años después, en época en que Cruz triunfaba, cuando en su poema La música (1779) escribe estas conocidas palabras:

Digna mención pudieras
haber hecho también de nuestro drama
que zarzuela se llama,
en que el discurso hablado
ya con frecuentes arias se interpola,
o ya con dúo, coro y recitado;
cuya mezcla, si acaso se condena,
disculpa debe hallar en la española
natural prontitud, acostumbrada
a una rápida acción, de lances llena,
en que la recitada cantilena
es rémora tal vez que no le agrada.

Para Iriarte, que recuerda la caracterización que Lope hizo del público español en el Arte nuevo de hacer comedias, lo característico de la zarzuela es la intromisión de la música en el texto hablado y la rapidez de la acción, necesaria para atrapar al espectador, lo que la aleja de la ópera.

Ramón de la Cruz y la difusión del teatro musical en su tiempo

Ramón de la Cruz, "El tío y la tía: zarzuela burlesca en un acto". Barcelona, Imprenta de Pablo Campins, 1773
Ramón de la Cruz, El tío y la tía: zarzuela burlesca en un acto. Barcelona, Imprenta de Pablo Campins, 1773

Ramón de la Cruz, al igual que otros colegas, y como hizo con los sainetes, tradujo y adaptó piezas y óperas italianas. En práctica habitual, a veces reducían las obras, otras incorporaban texto y música propios, manipulación que connaturalizaba los originales para producir un trabajo nuevo.

Fue él quien, desde esta práctica, creó la zarzuela moderna tras pasar por un periodo de aprendizaje en el que representó obras de este tipo en teatros públicos, pero también privados, como El tutor enamorado y Los cazadores, ambas traducciones de 1764.

Su producción fue enorme. De un total de casi quinientas cincuenta obras, treinta y seis son zarzuelas, pero lo que contribuyó a dar forma al género y a modernizarlo fue que lo adaptó a los tiempos que corrían, introduciendo temas, personajes, sensibilidades, cuestiones, debates y mensajes contemporáneos.

Del mismo modo que la comedia sentimental se hizo un hueco en la escena dando salida al moderno modelo socio-estético, Cruz introdujo ese sistema en el teatro lírico (igual que en los sainetes), unas veces en zarzuelas de asunto campestre, otras en representaciones de ámbito urbano: El licenciado Farfulla, El peregrino en su patria (que no tiene que ver con la obra de Lope), El filósofo aldeano, Los villanos en la corte.

Antonio Rodríguez de Hita, "Diapasón instructivo: consonancias músicas y morales". Madrid, Viuda de Juan Muñoz, 1757. Biblioteca Nacional, M/2456
Antonio Rodríguez de Hita, Diapasón instructivo: consonancias músicas y morales. Madrid, Viuda de Juan Muñoz, 1757. Biblioteca Nacional, M/2456
Rodríguez de Hita (1722- 1787), colaborador de Cruz, fue maestro de capilla, compositor y tratadista musical en el Diapasón instructivo, en el que es partidario de relativizar las reglas compositivas. Hasta su llegada a Madrid en 1765 solo había escrito música religiosa; se inició en el teatro con Ramón de la Cruz y Briseida (1768). Solicitó en 1777, aunque sin éxito, la creación de una Academia de Música, similar a las que existían sobre otras materias.

Como autor original se le deben La Briseida, El buen marido, Las foncarraleras, La mesonerilla, El tío y la tía, "zarzuela burlesca en un acto" con música de Antonio Rosales –de 1767; aquí, frente a lo que escribió en 1757, ya tiene clara la adscripción–, Las segadoras de Vallecas –que definió el futuro del género– y Las labradoras de Murcia, que motivó el ataque de Casimiro Gómez Ortega, bajo el título de Examen imparcial de la zarzuela intitulada "Las labradoras de Murcia" e incidentalmente de todas las obras del mismo autor (1769).

En total, entre propias y traducidas, se conocen treinta y seis zarzuelas suyas, producción no despreciable que en los años sesenta y setenta del siglo dio forma al género que heredó el siglo XIX y sirvió, como no poco del teatro llamado popular, a difundir la nueva mentalidad ilustrada.

Como todo exitoso autor, Cruz recibía los ataques de los críticos por no respetar las reglas dramáticas del clasicismo, así como por no conocer "las costumbres y carácter" de los héroes mitológicos que presentaba en sus primeras zarzuelas, como le sucedió con Briseida. Pero en 1768, como se señaló, cambió su estrategia creativa y abandonó ese marco referencial antiguo para centrarse en lo coetáneo y cotidiano, perspectiva y modelo que el público conocía y con los que triunfaba en sus sainetes. Ese año estrenó Las segadoras de Vallecas, que fue todo un éxito, al que no era ajeno el compositor de la música, Antonio Rodríguez de Hita.

La colaboración con Rodríguez de Hita y otros compositores

Al tándem Cruz-Hita se le debe mucho en la renovación del género. El argumento unía en su trama amores contrariados entre miembros de distintas clases sociales, celos, un entorno agrícola, las tradicionales invectivas contra ambos sexos y cierta crítica de la aristocracia, en línea con las sátiras a Arnesto de Jovellanos:

Mire usted
si puede la desvergüenza
llegar a más […].
Estos señores se huelgan
entre tanto que cada uno
de nosotros se revienta
para ganar el jornal.

Fue con este tipo de zarzuelas con las que mayores éxitos alcanzaron él y las compañías que las representaban, pues satisfacían el gusto mayoritario de los públicos. Las alusiones picantes, naturalistas, la música española con seguidillas, jotas y otros tonos populares agradaban a los públicos, que encontraban variedad en los asuntos, personajes y músicas.

En 1769 repitió con Rodríguez de Hita en Las labradoras de Murcia, otro gran éxito, abriendo un tipo de composiciones que conjugaban lo urbano, lo rural y el color local con lo sentimental, junto al lenguaje de la calle, lo que atrajo al público, aunque no a los censores, que no daban licencia de publicación hasta que no ajustaba la lengua a los criterios del decoro.

En la misma línea moderna continúa En casa de nadie no se meta nadie o el buen marido, con música de Fabián García Pacheco, de 1770, en la que dibuja personajes de vecindad como el barbero, la criada, la comadre. Lo mismo sucede en Las foncarraleras, en que opone ciudad y campo de nuevo, y en El licenciado Farfulla, que recuerda a El sí de las niñas en algunos aspectos.

Atento siempre a los cambios de gusto del público, abandona la composición de zarzuelas en 1776, cuando comienza a triunfar la tonadilla, y solo volvió a ellas en 1786 para escribir, a petición de la duquesa de Osuna, El extranjero y Clementina, con músicas de los italianos Antonio Ponzo y Luigi Boccherini, respectivamente.

Parte de apuntar de "La Clementina", 1799. Madrid, Biblioteca Histórica Municipal, BHM Mus 366-1.
Parte de apuntar de La Clementina, 1799. Madrid, Biblioteca Histórica Municipal, BHM Mus 366-1.
La Clementina fue un encargo de María Faustina Téllez-Girón, condesa-duquesa viuda de Benavente, con el fin de ser representada por familiares y amigos en su palacio, el día de Nochebuena de 1786. Esta copia pertenece a la representación pública del 5 de enero de 1799 en el Teatro de los Caños del Peral.

Sus zarzuelas modernas, de apariencia popular por los personajes y por parte de los números musicales, daban sin embargo cabida a mensajes modernos respecto a las nuevas maneras de conducirse hombres y mujeres y trataban asuntos relacionados con la nueva civilización, es decir, con los modelos de convivencia y sociabilidad.

Y, como en los sainetes, el humor y la sátira fueron elementos esenciales para el éxito de las piezas, lo que además favorecían la general buena interpretación de los actores-cantantes, los argumentos atractivos para el público mayoritario, y la música que compusieron autores como Rodríguez de Hita, Pablo Esteve, Antonio Palomino, Antonio Rosales, que, gracias a las peripecias, podían escribir melodías populares y regionales, además de otras de inspiración culta.

Esta variedad de registros y lenguajes facilitó de forma clara la aceptación del producto, pero también supuso una experiencia diferente para los espectadores, pues, aunque acostumbrados a la presencia de la música en las obras teatrales, no lo estaban ni al modo ni a la cantidad, ni tampoco a que lo lírico modificara la percepción de la obra.

Bibliografía

  • COTARELO y MORI, Emilio: Don Ramón de la Cruz y sus obras. Ensayo biográfico y bibliográfico, Madrid, Imprenta de José Perales, 1899.
  • COTARELO Y MORI, Emilio: Historia de la zarzuela, o sea el drama lírico en España, desde su origen a fines del siglo XIX, introducción de Emilio Casares Rodicio, Madrid, ICCMU, 2000.
  • RECASENS BARBERÀ, Albert: Las zarzuelas de Antonio Rodríguez de Hita (1722- 1787). Contribución al estudio de la zarzuela madrileña hacia 1760- 1770, Lovaina, Université Catholique de Louvain, 2001.

Joaquín Álvarez Barrientos (CSIC)

Todos los ensayos

  1. Ramón de la Cruz y la zarzuela en el siglo XVIII

    Gregorio Ferro (dibujo) y Manuel Salvador Carmona (grabado), "Música y Poesía", grabado para La música de Tomás de Iriarte, 1779

    Creador de la zarzuela moderna, fue uno de los autores más exitosos de la segunda mitad del siglo

    Joaquín Álvarez Barrientos