Prefiero, en atención al cuestionario, trazar estas líneas:
Ya desde mediados del siglo XIX, el próximo y lejano Oriente comienza a fecundar el arte y el pensamiento de Occidente a lo largo de todo el siglo XX, por tanto, también a este Finisterre. En los mejores casos, de modo sutil, no aparente.
Del otro lado de la cultura grecolatina, trenzada con la judeocristiana en la que crecemos, encuentro la oposición de Lao Tse y Confucio de la cultura china. De ella me conmocionó el camino de la práctica experiencial del budismo zen en todas sus manifestaciones, singularmente en Japón.
No he tenido la ocasión de viajar a Oriente; por tanto la lectura y el visionado de imágenes forman, junto a las visitas a los tesoros de arte oriental en los museos de Boston, Nueva York, Washington, París, Londres, Berlín y cuanto por aquí ha llegado a exponerse, el bagaje de mi conocimiento presencial de las obras, que desde su antigüedad hasta su vanguardia configuran un otro que no solo me apasiona, sino que, de hecho, también me constituye.
A lo largo de todo mi hacer, que pasa ya del medio siglo, podríamos encontrar como un Guadiana, a veces de modo explícito, esa corriente oriental.
Dos obras equiparo por su precisión conceptual: de aquí, la nada en Las meninas; de allí, el vacío de Pinos en la niebla de Hasegawa Tōhaku, que pudimos ver en el Palacio de Velázquez de Madrid.