Untitled (Glass on Body Imprints-face)

[Sin título (vidrio sobre impresiones corporales-cara)], 1972

Ana Mendieta

Fotografía, serie de seis impresiones cromogénicas en color,
49 x 32,5 cm (cada una)

The Estate of Ana Mendieta Collection, LLC. Cortesía Galerie Lelong & Co

Obra comentada por:

Valentín Roma

Director de La Virreina Centre de la Imatge, Barcelona

Untitled (Glass on Body Imprints-face)

Obra comentada por Valentín Roma
(Las imágenes estarán disponibles próximamente)

El rostro ocupa una posición de privilegio en el complejo nudo informativo que emitimos desde nuestro cuerpo. El saber popular siempre lo ha entendido así, por eso unió la evidencia de la cara con las oscuridades que nos constituyen. El arte del retrato también. Desde las fotografías criminológicas hasta las representaciones burguesas, desde los autorretratos hasta las pinturas de reyes e individuos célebres, no hay forma de mirar un rostro sin asomarse a los sumideros o a las atalayas de la historia, no podemos contemplar caras ajenas sin sentir el vértigo del tiempo, al menos cuando lo hacemos en el interior de un museo.

En la obra que nos ocupa existen, como mínimo, cuatro “personajes” diferentes: uno la propia Ana Mendieta (1948-1985), otro el espectador, un tercero el vidrio que permite a la artista entrar y salir de las identidades, acaso desidentificarse, y un último las seis máscaras que se suceden ante nosotros, esa secuencia de rostros en fuga, de faces inapresables.

Untitled (Glass on Body Imprints-face)

[Sin título (vidrio sobre impresiones corporales-cara)], 1972

Ana Mendieta

Obra comentada por Valentín Roma
(Las imágenes estarán disponibles próximamente)

El rostro ocupa una posición de privilegio en el complejo nudo informativo que emitimos desde nuestro cuerpo. El saber popular siempre lo ha entendido así, por eso unió la evidencia de la cara con las oscuridades que nos constituyen. El arte del retrato también. Desde las fotografías criminológicas hasta las representaciones burguesas, desde los autorretratos hasta las pinturas de reyes e individuos célebres, no hay forma de mirar un rostro sin asomarse a los sumideros o a las atalayas de la historia, no podemos contemplar caras ajenas sin sentir el vértigo del tiempo, al menos cuando lo hacemos en el interior de un museo.

En la obra que nos ocupa existen, como mínimo, cuatro “personajes” diferentes: uno la propia Ana Mendieta (1948-1985), otro el espectador, un tercero el vidrio que permite a la artista entrar y salir de las identidades, acaso desidentificarse, y un último las seis máscaras que se suceden ante nosotros, esa secuencia de rostros en fuga, de faces inapresables.

Seis episodios para un travelling sobre las formas de no ser nadie en concreto y de ser todo el mundo a la vez. Seis muecas frente a los ojos de quien observa, ante el voyeur pero también contra el forense, quizás delante del público que espera ser entretenido.

Cada rostro es un mapa de navegación y una advertencia política, o moral. Hay caras deformadas que recuerdan la mímica divertida de los niños. Hay otras que aluden a esa violencia del cuerpo socialmente ultrajado —el cuerpo de las mujeres— y a la representación que de ello hacen los informes periciales y los medios de comunicación. 

Si Rainer Maria Rilke escribió que lo bello es la parte de lo terrible que aún podemos soportar, viendo las faces de Ana Mendieta podríamos decir que lo grotesco es la zona de la disensión que se resiste a ser normalizada. Porque un momento antes de devenir risa, cualquier rostro augura un posible llanto; porque un instante después de deformarse, toda cara se convierte en un símbolo del horror o de la rebelión.

Ana Mendieta se sitúa al final de una larga historia visual que fue codificando el estudio del rostro desde posiciones o bien metafísicas o bien anatómicas o bien caricaturescas. De alguna forma sus retratos son un epílogo y un portazo frente a esa mirada machista y cosificadora que imperó en las representaciones hechas por el arte de hombres con el rostro de la mujer.

Esta serie de fotografías —que paradójicamente en su título no aluden a la cara, sino al cuerpo— combinan una teatralidad silenciosa con la desnudez de la artista y del espacio donde transcurren. Es como si las palabras, los lugares y los signos hubiesen sido eliminados. Es como si fuésemos invitados a entrar en lo insondable de una mueca, en todas esas imágenes de la agresión, el dolor y la risa que construyeron, culturalmente, nuestras conformidades o nuestras intolerancias. 

Maximalistas y diáfanos, arbitrarios y corrosivos, los rostros de Ana Mendieta nos recuerdan que incluso nuestra cara —o sobre todo ella— no sólo transparenta algunas epifanías personales, según escribió su compatriota Severo Sarduy, no sólo cuenta una historia individual, hecha por cicatrices que siguen narrando el evento que las produjo. Una cara también describe aquello de lo que huye, ya sea una identidad, un género o, especialmente, una manera de someterse. 

Típicos retratos

Una historia del rostro en quince representaciones