Retrato de Irene

c. 40-50 d. C.

Artista desconocido

Pintura a la encáustica sobre tabla, 37,2 x 22,2 cm

Landesmuseum Württemberg, Stuttgart

Obra comentada por:

Pedro Azara

Universitat Politècnica de Catalunya, Escola Tècnica Superior d'Arquitectura de Barcelona

Retrato de Irene

Obra comentada por Pedro Azara

El hallazgo de centenares de momias tardías en el área del oasis egipcio del Fayum, a principios del siglo xx, tuvo que causar cierta decepción. Las cabezas de las momias estaban tan sólo cubiertas por tablas pintadas con la efigie del difunto, muy alejadas, por tanto, de las suntuosas máscaras de oro faraónicas dispuestas, como en un juego de muñecas rusas, unas dentro de otras. Pero hoy las máscaras inexpresivas, técnicamente perfectas, pero indistinguibles entre sí, fascinan menos que las tablas pintadas tardías. Son los primeros retratos de la Antigüedad llegados hasta nosotros.

Pintados en el Egipto faraónico, bajo dominio del Imperio romano, entre los siglos i y iv después de Cristo, los retratos del Fayum reflejan influencias helenísticas, etruscas y propiamente romanas. Los primeros retratos eran naturalistas, el modelado y las sombras cuidados.

Retrato de Irene

c. 40-50 d. C.

Artista desconocido

Obra comentada por Pedro Azara

El hallazgo de centenares de momias tardías en el área del oasis egipcio del Fayum, a principios del siglo xx, tuvo que causar cierta decepción. Las cabezas de las momias estaban tan sólo cubiertas por tablas pintadas con la efigie del difunto, muy alejadas, por tanto, de las suntuosas máscaras de oro faraónicas dispuestas, como en un juego de muñecas rusas, unas dentro de otras. Pero hoy las máscaras inexpresivas, técnicamente perfectas, pero indistinguibles entre sí, fascinan menos que las tablas pintadas tardías. Son los primeros retratos de la Antigüedad llegados hasta nosotros. 

Pintados en el Egipto faraónico, bajo dominio del Imperio romano, entre los siglos i y iv después de Cristo, los retratos del Fayum reflejan influencias helenísticas, etruscas y propiamente romanas. Los primeros retratos eran naturalistas, el modelado y las sombras cuidados. Los últimos, en cambio, se esquematizaron alejándose de la ilusión de realidad. Los retratos fueron realizados en vida del modelo, pero la finalidad no se alcanzaba en este mundo, sino en el más allá. No estaban destinados a exhibirse ni a compartir el espacio con los vivos. Pese a la ilusión de vida que pudieran suscitar, estaban destinados al mundo funerario, guardaban para la eternidad la efigie del difunto en el esplendor de su vida. Algunos detalles, en efecto, como una corona de laurel pintada con pan de oro, aluden al mundo de los muertos, como podemos descubrir, por ejemplo, en el que es sin duda el retrato del Fayum más hermoso conservado, el retrato de Irene, pintado en el siglo primero después de Cristo y conservado en el Museo de Stuttgart. Los retratados giran levemente la cabeza y miran al espectador. Los ojos están bien abiertos, casi desorbitados; lo podemos ver de nuevo en el retrato de Irene. Se ha comentado que esta mirada fija e hipnótica se dirige desde el más allá hacia los vivientes, para asegurarlos de su salvación y que no temieran cruzar el umbral del mundo de los muertos, pero los retratados del Fayum no se preocupaban de los mortales: miraban de igual a igual a los dioses y a los resucitados, en cambio.

A lo largo del siglo iv d. C. el Imperio romano se cristianizó, el dios cristiano era también un mortal sin que su condición mortal supusiera mengua alguna de su divinidad. Jesucristo murió, como cualquier mortal, y resucitó, como cualquier divinidad. Su muerte fue real, no fingió: sufrió, agonizó y falleció, pero su resurrección también fue cierta. ¿Cómo representar esta doble naturaleza? Aunque la figura de Cristo se conformó a partir de modelos divinos paganos como Apolo o Mitra, la verdadera condición del dios cristiano, hombre y Dios en igualdad de condiciones, se representó a partir de los retratos del Fayum precisamente, mortales que habían alcanzado la inmortalidad sin que su naturaleza humana, idéntica a la de cualquier humano, quedara eclipsada ante el resplandor de la inmortalidad obtenida. Los retratos del Fayum ofrecieron un modelo plástico convincente para destacar la humanidad de la divinidad. Bien es cierto que también permitieron que algunos humanos se mostraran como seres sobrenaturales, como los emperadores bizantinos, con una mirada menos cercana o humana, sino distante y displicente. 

La mirada de los retratos del Fayum, interpretada por la pintura bizantina, sirvió para representar la complejidad humana, su temor ante la muerte y su arrogancia ante ella, entre un Dios que se hizo hombre y un emperador que se creyó un dios.

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