3. Clasicismo (siglo XVIII)

3.1. La poesía neoclásica

El siglo XVIII se inicia en España con un cambio de dinastía reinante que supondrá algo más que una sustitución de la familia real —los Austrias por los Borbones—. Aparte de los aspectos políticos, económicos, administrativos... propios del gobierno de los Borbones —de origen francés, por cierto—, estos intervienen decisivamente en los aspectos culturales. Esta influencia se notará especialmente desde mitad del siglo XVIII gracias al reinado de Carlos III (1759-1788). Será él quien introduzca en España con decisión la Ilustración, ya sea en su vertiente más política —el despotismo ilustra-do2— o en sus implicaciones culturales —racionalidad, equilibrio, didactismo, utilitarismo, verosimilitud...—. Este hecho explica, por ejemplo, que durante la primera mitad del siglo XVIII sigan destacando las expresiones artísticas herederas del Barroco y que a lo largo de la segunda mitad se vayan sustituyendo paulatinamente por las neoclásicas.

El Neoclasicismo supone unos principios que se oponen frontalmente a los establecidos por el Barroco y se relacionan con su etimología —«un nuevo clasicismo»—. Es decir, se aspira a recuperar el ideal de la cultura clásica grecolatina, tan palpable, por ejemplo, en la arquitectura de la época: equilibrio, proporción, racionalidad.

Fachada de la Real Academia Española
Fachada de la Real Academia Española,
ejemplo de arquitectura neoclásica

El Neoclasicismo, también en literatura, aboga por lo racional como guía de toda creación artística frente a las manifestaciones de lo irracional, es decir, la fe y sus principios de autoridad, lo excesivamente sentimental, lo fantasioso, lo inverosímil... La creación artística, para ser efectiva y útil, ha de imitar la realidad, es decir, ha de ser verosímil. Solo así podrá cumplir su función primordial: enseñar los valores de la nueva sociedad ilustrada, los únicos que condicirán al conjunto de la población a la felicidad, objetivo último de toda la acción —política e intelectual— de la Ilustración.

Con estos mimbres, lógicamente uno de los géneros estrella en poesía será la fábula, que gracias a su moraleja se ajusta perfectamente al fin didáctico ilustrado, aunque no tanto a la verosimilitud. Dos de las figuras poéticas más importantes del siglo XVIII español serán precisamente dos fabulistas, Félix María de Samaniego y Tomás de Iriarte. Este vídeo propone un ejemplo de fábula muy famoso.

En cuanto a la poesía de corte amoroso, a pesar de la insistencia de la Ilustración en el papel protagonista de la razón, no hay que concluir que, por consiguiente, esta rechace o niegue la dimensión sentimental del ser humano. De hecho, ambas esferas son reconocidas por la ideología ilustrada. A diferencia del Romanticismo, la Ilustración no pondrá a los sentimientos por encima de la razón, sino que buscará un equilibrio entre razón y corazón o un refreno racional a los excesos sentimentales, tanto en lo estrictamente literario —las normas para componer poéticamente el sentimiento— como en lo social —el contrato social que implica el matrimonio ha de atenerse al amor, pero también a unas condiciones racionales que persigan la felicidad de la familia y, por ende, la de la sociedad en su conjunto—.

En este terreno lírico amoroso destacan las anacreónticas, composiciones de tono sen-sual erótico herederas de las que en los siglos VI y V a.C. escribiera el poeta griego Anacreonte. Su carácter de recuperación de la tradición clásica está fuera de duda, pero parecen colisionar con los principios de la Ilustración en materia poética. Sin embargo, solo se trata de una aparente paradoja, ya que dentro del programa educativo ilustrado estas composiciones pueden interpretarse como parte de la educación sentimental del ciudadano, que también ha de conocer cómo manejar sus instintos naturales, sus fogosidades emocionales, sin caer en el ceño fruncido del que acusa desde el púlpito sobre los desórdenes del cuerpo ni en el libertinaje y el desenfreno de las pasiones más básicas. He aquí un ejemplo de anacreóntica:
http://www.jesusfelipe.es/melendezvaldes.htm#iii

2 Doctrina política basada en el lema «todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Supone la adopción de medidas encaminadas a satisfacer las necesidades de la población —alcanzar su felicidad—, pero sin tener en cuenta sus opiniones ya que la élite dirigente, iluminada por las luces de la razón, sabe perfectamente qué hacer para lograr este objetivo.

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