7. El siglo XX

7.1. La literatura española del siglo XX

El siglo XX en literatura realmente comienza a finales del siglo XIX. Tanto el Modernismo como la Generación del 98 hunden sus raíces en la crisis de final del siglo anterior y suponen dos respuestas, si no contrarias, al menos bastante diferentes con respecto a esta crisis. Mientras el Modernismo apuesta por la revitalización del lenguaje literario a través de una literatura sensitiva (colores, música, lujo...) y sentimental, la Generación del 98 se inclina por investigar a través del paisaje, de la historia y de la lengua los valores de España para sacarla de la crisis en la que se encuentra.

De forma casi coetánea a la producción literaria de los autores de la Generación del 98 surge el Novecentismo o Generación del 14. Se conoce así al grupo de escritores que, lejos de las posturas anteriores, defienden la pulcritud de la obra bien hecha y el placer estético en el arte siguiendo la estela teórica de Ortega y Gasset —La deshumanización del arte (1925) o La rebelión de las masas (1930)—.

Por las mismas fechas en que el Novecentismo se desarrolla se va introduciendo en España la Vanguardia, ese conglomerado de «ismos» que extreman los principios románticos. En literatura esa radicalización desemboca en la ruptura del pacto tradicional entre significante y significado: la lengua mantiene unas reglas constantes y tradicionales, pero la vanguardia hará trizas esa convención para proponer asociaciones originales e impactantes. Para comprenderlo mejor adjuntamos un ejemplo pictórico: la pintura vanguardista parte por la mitad al arte figurativo y crea nuevas formas de composición:



Una de Las Meninas de Velázquez

Una de Las Meninas de Picasso

La Generación del 27 se nutrirá en un primer momento tanto de estos principios vanguardistas como de la deshumanización del arte propuesta por Ortega y Gasset, así como de la poesía desnuda e intelectual de Juan Ramón Jiménez, influencia decisiva en muchos de los poetas del 27. Al mismo tiempo, la Generación del 27 redescubre la tradición poética española, revitalizándola a través de la estilización de la tradición popular y de la relectura y reinterpretación de la tradición culta. En los años 30, la literatura de muchos de los miembros de la Generación del 27 se rehumanizará y tras la Guerra Civil el grupo y sus respectivas trayectorias literarias se disgregarán tanto en España como en el exilio.

La Guerra Civil (1936-1939) supondrá un tajo decisivo en el devenir de los acontecimientos literarios. La dictadura impondrá sus preceptos estéticos en consonancia con su ideología imperialista —recuperación del glorioso pasado de la España del siglo XVI— y la poesía volverá a las formas y al lenguaje de la literatura áurea: soneto, poesía religiosa, poesía épica que canta los valores de la nueva-vieja España... Al mismo tiempo se desarrolla una poesía de corte existencial que plantea la angustia del ser humano ante el espectáculo cruel de la guerra y sus consecuencias —Hijos de la ira, Dámaso Alonso (1944)—. Se trata de la poesía desarraigada frente a la poesía arraigada, representada por la tendencia mencionada en primer lugar.

En la década de los 40 se empieza a desarrollar el Postismo, un movimiento poético heredero del surrealismo de la Generación del 27. Sus primeros autores —Carlos Edmundo de Ory o Eduardo Chicharro— se colocan frente a la poesía del régimen: frente a la metáfora, el orden y el rigor de la poesía oficial, contraponen la locura, el humor y el patetismo como respuesta más cercana a la realidad.

En los años 50 surgen las primeras voces poéticas combativas dentro de la órbita de la poesía social. Dos actitudes diferentes dentro de ella se pueden apreciar. Por un lado, una veta realista, antiesteticista, que supone a la palabra la capacidad de cambiar el mundo —Gabriel Celaya, José Hierro, Blas de Otero...—; por otro, una línea más bien intimista —Carlos Bousoño, Vicente Gaos...—. Será la primera tendencia la hegemónica en la década de los 50 y parte de los 60. Los poemas sociales suelen utilizar un lenguaje sencillo, directo, coloquial. Será precisamente por aquí por donde empezará a desgajarse el cuerpo de la poesía social de los 50, ya que es fácil caer en lo panfletario y rebajar las exigencias del lenguaje poético.

Ingresamos de esta manera en la década de los 60. Se empieza a superar lo social, aunque sin perder de vista las circunstancias históricas inmediatas, pero esta vez con una definida voluntad poética de estilo. Es la hora de la Generación del 50 —José Manual Caballero Bonald, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines, Ángel González, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente...—. Su concepción del compromiso ya no es tan ingenua como la de la promoción anterior. Se produce un posicionamiento un tanto ambiguo frente a la vida: se acepta y se rechaza al mismo tiempo la realidad. Además esta es observada desde otra perspectiva. No se sitúa el poeta frente a ella, sino en ella. El poeta es igual a cada uno de los hombres que lo rodean y habla desde dentro de la vida. El poema se convierte así en una conversación de compañeros que se cuentan incluso lo más íntimo.

Por otra parte, se produce un renovado interés por el lenguaje poético. La inmersión profunda en la realidad social y humana hace que su plasmación en el poema conlleve un mayor esfuerzo expresivo por parte del escritor. Consecuencia de esta preocupación será un lenguaje más rico y una mayor precisión poética, manteniendo un interesante equilibrio entre la claridad y el misterio, la palabra directa y el símbolo.

Pasados unos años, exactamente en 1970, José Mª Castellet publicará su antología Nueve novísimos, que abrirá un nuevo tiempo en la lírica española. En este libro Castellet recoge a poetas como Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán, José María Álvarez, Leopoldo María Panero o Ana María Moix. Lo que los une estéticamente es una postura radicalmente culturalista y antirrealista —en contraposición con la generación anterior—. De ahí que en sus poemas aparezcan con frecuencia referencias al mundo de la cultura, a épocas pasadas —Renacimiento, Romanticismo, época alejandrina...—, a lugares míticos como Venecia —de hecho, se les conoció también como los «venecianos»— o a los símbolos de la cultura urbana —el cómic, el cine...—. En cuanto a sus formas poéticas, se inclinan hacia un lenguaje culto y refinado, que recuerda al Modernismo.

A partir de los años 80 el mundo de la poesía española se diversifica de tal modo que es difícil determinar una tendencia hegemónica. No obstante, se suele mantener que será la poesía de la experiencia la corriente predominante en las últimas décadas del siglo XX. Es esta una poesía que reacciona ante el exceso de culturalismo de los novísimos y hunde sus raíces en la poesía del 50 —cercanía al lector, coloquialismo, realismo, poesía urbana...—. Otras tendencias importantes en estos años son la poesía del silencio, mi-nimalista, hermética y metafísica, la poesía irracionalista, de corte vanguardista…

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