Compositor, con una amplia trayectoria internacional en la creación y la investigación musical, inicia sus estudios en el Conservatorio Superior de Madrid y señala entre sus maestros a C. Bernaola, L. de Pablo, G.M. Koenig y H. Vaggione.
La fascinación surgida en un primer encuentro con la música electroacústica le lleva a profundizar en su estudio y mantener una intensa actividad profesional en este campo a través de distintas instituciones europeas; en Holanda (Instituto de Sonología), Francia (IRCAM, GRM), Alemania (ZKM, FHG) o Austria (IEM). Su incursión en el arte sonoro nace como extensión natural y necesaria de la propia práctica musical.
Su propio nombre indica el objeto central de esta forma de arte que quiere mantener abierto el campo que delimita. El concepto de «lo sonoro» incluye, desde luego, al sonido en sí, pero puede adoptar otras perspectivas de lo audible en las que el sonido se convierte más en un medio que en un fin. En contraste con la música, además, parece dar prioridad a formas de organización basadas en el espacio más que en el tiempo: el sonido como creador de espacios, de formas en el espacio, el sonido como objeto plástico. Y de ahí, tal vez, otra característica importante: su vocación de transversalidad a través de los diferentes canales de la percepción; en busca de una concepción/percepción holística del objeto artístico.
Lo que me atrae del arte sonoro es la posibilidad de centrarme en el sonido, así como la búsqueda de otras perspectivas, de nuevas formas de organización, del concepto de obra y su presentación, de la interrelación con el espacio y la luz.
Como Schönberg señaló, el sonido es la materia de la música. Con un siglo XX en el que el concepto de sonido ha vivido una evolución/transformación formidable, que casi ha provocado que la música pase de ser una composición con sonidos a una composición del sonido, con el advenimiento de la electroacústica, en donde se ha hecho realidad una creación ex nihilo del sonido, y con la experiencia liberadora del arte sonoro, el sonido, naturalmente, ha ocupado un lugar fundamental en mi experiencia artística.
Con la de músico.
En conciertos e instalaciones principalmente, aunque también en radio y performances.
Mi actividad en el arte sonoro ha venido de la mano en primer lugar de la electroacústica. La tecnología utilizada, a menudo de una cierta complejidad, es la correspondiente a este medio, con ordenadores, altavoces y toda la parafernalia asociada.
No.
No tengo una opinión sobre el asunto.
Con una posición anfibia entre las artes, sin un lugar propio de presentación y con una clara vocación de «ocupar» espacios si no insólitos y especiales, sí al menos considerados desde una perspectiva singular, su presentación, necesariamente, conlleva un carácter de evento especial.
Parece que lo primordial sería adquirir un conocimiento profundo del fenómeno sonoro desde una perspectiva acústica y psicoacústica, lo que debería complementarse con una formación musical, con estudios sobre las formas espaciales, las artes plásticas, la luminotecnia y también, claro está, la tecnología propia de estos múltiples campos, comenzando con la correspondiente al sonido.
Me cuesta diferenciar en mi actividad artística dónde empiezan y acaban la música y el arte sonoro, y al pensar en influencias la cuestión se complica. Intentando afinar hacia el arte sonoro pienso en Edgard Varèse, Iannis Xenakis, John Cage y también en Philip Corner, Karlheinz Essl, Alvin Lucier o Bernhard Leitner; pienso en Helga de la Motte-Haber y Max Neuhaus, pero también en Punto y línea sobre el plano de Wassily Kandinsky, o Lector in fabula de Umberto Eco; surgen también Daniel Charles, Roland Barthes, Martin Heidegger o Maurice Merleau-Ponty. El tintero se desborda…